viernes, 17 de julio de 2009

El gobierno y la política


El gobierno y la política
Karl Barth
Traducción de Rubén J. Arjona Mejía

La última sección de la ética de Calvino se refiere al gobierno político. Quiero tratar este tema más profundamente por dos razones, por su significación, y más aún, porque en esta área en particular encontramos, con claridad especial, la unicidad teológica de Calvino. Primeramente, echemos un vistazo al marco de pensamiento desde el cual Calvino decidió tratar, en un manual didáctico, lo que era entonces un asunto peligroso, es decir, la relación entre Cristianismo y política. Es importante que tengamos claro esto para que podamos evaluar con justicia el contenido sorprendente de esta sección última de su obra. Mantengamos en mente los siguientes puntos de vista.

1. Como abogado Calvino era un experto en la materia. Aquí, más que en ninguna otra parte, esperaríamos que esto fuese evidente a partir del conocimiento expuesto y de los temas que le ocupan. Sin embargo, cuando leemos esta sección sufrimos cierta decepción en este sentido –si resulta placentero o no, es un tema aparte- por lo menos en tanto que no trata ningún asunto que no resulte estrictamente relevante en esta área de su especial conocimiento, o bien, porque no expresa pensamientos que no pudieran ser entendidos aun por los que no tienen ninguna formación jurídica. La razón de esto no es que hubiera olvidado su conocimiento jurídico; posteriormente, en Ginebra, dio una amplia demostración y mostró que sabía hacer buen uso de estos recursos en determinados casos.
2. No cabe duda que Calvino escribió esta última sección de su libro con un interés material específico. No era un monje recién salido del claustro que se daba cuenta que había tanto un gobierno secular como uno espiritual, de tal forma que para bien o para mal tuviera que luchar con esta ajena realidad. Calvino era un hombre del mundo que ciertamente había investigado los asuntos de la vida pública –si la anarquía era buena o mal, la mejor forma del estado, si la revolución y el tiranicidio era permisibles- antes de tratar el tema desde el punto de vista del NT. Debemos recordar con qué profunda habilidad y gusto participó toda su vida en la alta política, incluso la más alta. De hecho, aunque no en forma, fue estadista y pastor no sólo de Ginebra, sino también de su congregación internacional. En un simposio recién organizado bajo el título Los maestros de la política (Stuttgart and Berlin: Deutsche Verlagsanstalt, 1922) Calvino es el único teólogo representado, y en una brillante descripción, H. von Schubert se aventura a compararlo con Napoléon. Hoy bien podríamos imaginarnos a Calvino como un lector asiduo y escritor de periódicos; los políticos modernos de todos los partidos y países probablemente aprenderían algo de él. Pero si esperamos encontrar algo de su gran habilidad e interés en esta sección, otra vez, nos veremos decepcionados. Sus pensamientos acerca del gobierno, la ley y la sociedad, como las expresa aquí, son probablemente más claras y precisas que las de muchos teólogos que entonces se ocuparon de tales asuntos, pero no nos muestran más del estadista. Calvino impuso deliberadamente una cuña a su interés y a su conocimiento.
3. Sin duda, a este campo como al de la iglesia, aportó intuiciones y metas específicas, así como conocimiento y preocupaciones. Detrás de su exposición de las diferentes posibilidades y requisitos de la vida pública, está no sólo un conocimiento exacto del tema, y no sólo una atención abstracta a lo que ocurre ene este teatro, como nosotros la tendríamos si no tenemos compromiso alguno con el dogma de algún partido, y precisamente por ello, nos vemos forzados a jugar el rol frustrante de los que solo miran. Como pronto se evidenciaría en Ginebra, Calvino tenía ideas específicas de lo que quería, ideas muy específicas; por ejemplo, de la mejor forma de gobierno (él fue un republicano aristócrata), de la ley civil y penal, de la situación y demandas de Europa, y aun de las relaciones y posibilidades económicas. En tales asuntos fue todo menos un idealista mundano; fue sumamente pragmático. Para mencionar solo una cosa, durante buena parte de su vida se lanzó en cuerpo y alma, y gastó sus energías, en una lucha contra las políticas de Berna; y en su lucha, ¡sabía como alcanzar lo que quería y necesitaba! Pero en la Institución no encontramos señales, casi ninguna señal, de que quisiera algo, ni siquiera en las ediciones posteriores que se publicaron en medio del calor de los conflictos. Puede desarrollar el más candente de los temas políticos sin jugar a la política (ni con pistas) en una sola línea; sin argumentar a favor de lo uno o de lo otro. Entre más cerca lo examinamos, más claramente nos damos cuenta de que no hay decisiones específicas en temas particulares; las preguntas quedan abiertas, que, aunque lo lamentemos, no asistimos a un curso específico en política calvinista. Si a una persona sin compromiso alguno le fuera dada esta sección para leer sin que supiera quién es su autor, a tal persona le sería difícil identificar al hombre, al que no injustamente, ha sido llamado un padre, si no es que el padre, del ideal político y económico de la democracia liberal de Europa Occidental, pero más probablemente vería aquí a un legitimista de Alemania del norte que es suficientemente perspicaz para ver más allá de su legitimismo. ¡Que dominio propio debió tener este autor, o, mejor dicho, que bien controlado por otro interés, para que, al dar instrucción de la religión cristiana, fuera capaz de no decir lo que él, Juan Calvino, en realidad añoraba decir con todo fervor de corazón y con toda la brillantez de su mente!
4. Finalmente, debemos recordar qué tanto la predisposición y el empuje de toda la teología de Calvino nos hacen esperar que tendría que ofrecer aquí un argumento pleno y aterrizado. ¿Acaso no intentó la síntesis entre los conocimientos divino y humano? ¿No intentó complementar la sístole luterana con la diástole reformada? ¿No insistió firmemente en la justificación por la fe, y al mismo tiempo, como un eticista, mantuvo ambos pies firmemente sobre la tierra, y, por lo tanto, buscó aplicar la intuición de la Reforma (como crisis) al problema horizontal de la Edad Media y de nuestro tiempo?¿Por qué, entonces, no hay programa alguno de un estado teocrático o de un socialismo cristiano? ¿Por qué, por lo menos, no nos tranquiliza con un intento por derivar del evangelio un camino para articular la vida y el mundo en congruencia con el evangelio, y, por lo tanto llevarnos a la meta a la que con cierta impaciencia queremos ser conducidos cuando alguien asume la tarea de darnos instrucción sobre la religión cristiana? ¿Acaso no es esta la debilidad añeja de la teología y de los teólogos, que en el preciso momento en el que esperamos rediman la promesa que desde tiempo atrás nos han dado y nos han dicho: “Has esto y no hagas esto por tales y tales razones,” nos dejan plantados otra vez sobre la base de un fresco pretexto dialéctico? ¿Por lo menos, a partir de algunos escritos acerca del Calvino y el calvinismo, no buscaríamos mejores cosas en él?

Sí, tenemos aquí una debilidad de la teología, por lo menos de la teología protestante, si es que queremos llamarla una debilidad. En lo personal yo diría, desde luego, que es una iniciativa de la teología protestante y reformada que la distingue de las teologías medievales y modernas, que ella no puede ni hará otra cosa que dejarnos con el predicamento, o, más bien, que nos dejará claro que la palabra final: “Haz esto o no hagas esto,” debe, desde luego, ser dicho (el “debe” es específicamente reformado), pero que puede ser dicho sólo por Dios mismo y por su Palabra. ¡Si la teología reformada, al referirse a la ética, quisiera que las cosas fueran diferentes, esto significaría apostasía de la Reforma! Aquellos que buscan un programa, o simplemente un sistema de direcciones en la instrucción cristiana deben voltear a Tomás y no a Calvino. (Anteriormente expliqué que nosotros, los protestantes modernos de todas corrientes, nos llevaríamos mejor con Tomás que con Calvino). Añorar los caminos suaves y bien iluminados del catolicismo romano medieval es una emoción muy comprensible, y por cierto, está muy viva entre nosotros los teólogos protestantes para que nos ofendamos cuando otros nos acusan de dejarlos plantados en el punto más álgido de nuestras exposiciones. Pero no somos nosotros quienes lo hacemos. Es la Reforma la que nos deja plantados en el momento que pensamos: ¡Eso es! O mejor dicho, nos deja al amparo de Dios. Nos muestra claramente que todo lo demás que ha sido dicho sólo constituye una experiencia que nos ayuda a eliminar cualquier otra posibilidad de salvación; nos deja en el punto en el que debemos entregar –nuestra conciencia, nuestras intuiciones y nuestra voluntad- a Dios.
No debemos esperar nada más de Calvino, ni siquiera en su ética; de lo contrario no sería Calvino, sino Tomás, o Bernardo de Clairvaux, a quienes, por cierto, estuvo relacionado en algunas maneras, aunque no debemos perder de vista que esto ocurrió bajo un signo cambiado, es decir, con el conocimiento reformado de Dios, con la teología de la cruz que es también el punto de su ética. Todo se vuelve totalmente diferente en él. Por ende, no puede ser que en sus síntesis él busque, ya sea pacífica o violentamente, apuntar hacia un camino de la tierra al cielo, o aun del cielo a la tierra, como si las líneas paralelas estuvieran por encontrarse en una esfera finita. No. Dios sigue siendo Dios y nosotros seguimos siendo humanos. Calvino experimentó esta antítesis, o por lo menos la expresó y la enfatizó, mucho más agudamente que Lutero, y, por lo tanto, desarrolló mucho más precisamente que Lutero la tesis de que Dios es nuestro Dios, el Dios de gente real que vive en un mundo real, que no hay manera de huir de su presencia hacia otro mundo, que no hay mundo alguno que aun en su estado actual, no sea el mundo de Dios, que precisamente en este mundo nos mantenemos bajo el mandamiento de Dios. Todavía bajo el mandamiento de Dios. El peso que ha sido puesto sobre nosotros por el hecho de que Dios es el Señor que emite los mandamientos, no nos puede ser quitado por nadie, ni siquiera por un buen abogado cristiano, no importa que tan grande pudiera ser su interés político o qué también supiera lo que quiere. Si alguien nos quitara este peso, aun si fuera un ángel del cielo, si con gratitud exaltáramos a aquel ser celestial como el ser que finalmente, por fin nos trajo claridad y nos dio directrices, ese ser sería el más peligroso y abominable engañador.
Calvino no fue un engañador de ese tipo. No fue el Gran Inquisidor de Dostoyevsky. Con frecuencia puedo parecerlo. En lo personal algunas veces he pensado que él fue más peligroso que todos los papas y generales de la orden jesuita juntos, porque, bajo el signo de la Reforma, estaba haciendo el trabajo del peor tipo de contra reforma. Pero precisamente la cosa sorprendente en esta última sección de la Institución nos muestra que, si nada lo ha hecho, que él no era un engañador; conocía mejor que otros la tentación del Gran Inquisidor y, desde luego, la preocupación válida que tenía al respecto. Es por esto que no establece ningún estado cristiano, socialismo cristiano o un código cristiano civil o penal, aunque, desde luego, no le faltan ideas y planes en ese terreno, y más aún, cuando el tiempo le llegó, no sólo de enseñar, sino simplemente de vivir, él echaría mano de importantes experimentos en esa dirección, no sólo como meramente legítimos, sino en calidad de mandatos divinos, y, por esta razón, habría de conducirlos con un éxito histórico incomparable.
Ayer vimos cómo Calvino no hacía excepción alguna en su criticismo de todo poder eclesiástico que no tenga la fuerza misma de la Palabra de Dios, aunque esabía bien lo que quería en este campo y lo buscó y alcanzó (disciplina eclesiástica). El punto decisivo es, sin embargo, que, fundamentalmente, él ubico el contenido de su voluntad, lucha y conquista –que además fue específico, bien meditado y verdaderamente importante- en un nivel muy distinto, en el que, desde luego, Dios tiene que ser oído y obedecido, pero en el que también la imbecilidad humana gobierna, en el que cara-a-cara con la eterna majestad de Dios no puede haber eternidades humanas, en el que, como dijimos ayer, la serpiente de bronce que Moisés levantó puede ser destruida otra vez por orden del mismo Dios. La voluntad y la lucha humanas, aun cuando sean obedientes a Dios, y especialmente entonces, tiene que tener un contenido específico. No podemos obedecer a Dios sin desear o buscar algo, esto o aquello. Pero lo que nosotros los humanos deseamos y luchamos por conseguir, aunque sea algo importante y significativo, aunque fuere la ciudad misma de Dios, siempre se mantiene como tal ante la sombra de la relatividad de todo lo humano. Ni puede ni debe convertirse en tema en la instrucción de la religión cristiana para que no adquiera la fuerza de una nueva forma de esclavitud de conciencia. Esta instrucción, si ha de permanecer pura y verdadera, puede sólo proveer una base para la posibilidad de lo que puede y debe ocurrir en el lado humano en obediencia a Dios, a la distancia infinita de la creatura del Creador, y, sin embargo, también con una visión del Creador. No puede proveer una base para la realidad. Pues esta realidad siempre es humana, temporal, de este mundo. Si Dios, en su misericordia la acepta como algo agradable a él, ese es asunto suyo. Pero nosotros ni podemos ni debemos creer que vamos a lograrlo, como si nosotros fuéramos los que decidiéramos. El no hacer esta distinción es un rasgo de la teología católico romana. Vuelvo a decir que tal vez estaríamos mejor si no tuviéramos que hacer esta distinción. Pero Calvino sí la hizo. Por eso su absoluto silencio precisamente en lo que nos causa más curiosidad. La síntesis de Calvino es la síntesis entre Dios en su majestad y nosotros en nuestra imbecilidad, entre el Dios santo y los pecadores. ¡Ninguna otra! En virtud de que somos teólogos protestantes, debemos, de alguna manera, aceptar esto.
Analicemos ahora, brevemente, el contenido de esta última sección. Recordaremos que en la segunda sección de la ley eclesial, en la que por cierto no nos da ninguna ley, él usó el título “Libertad cristiana”. Estas palabras por sí mismas nos dicen todo. Calvino quiere que aquellos que están siendo instruidos pongan lo pies en la tierra. Desde luego, quiere contestar la pregunta: ¿Qué haremos? Pero él sólo puede dar su respuesta en el marco de la libertad cristiana. Recuerden que “libertad” es la palabra clave con la cual Dostoyevsky distingue a Cristo del Gran Inquisidor. Lo único que está en disputa es que debemos ser forzados a una situación en la que somos llevados a Dios, y, por lo tanto, libres, que debemos ser liberados de las ilusiones que pueden mantenernos cautivos y lejos de la libertad.
Por lo tanto, el propósito de Calvino en esta sección no es, como pudiera parecer, el de fundar o establecer el estado ideal. Como lo hizo anteriormente, cuando discutió el tema de la iglesia, su propósito es mostrar cuál es la voluntad de Dios en los órdenes existentes, ¡con el énfasis puesto no en los órdenes existentes, como sería en una visión conservadora, sino en la voluntad de Dios! No puede haber libertad cristiana sin sumisión a la voluntad de Dios. Los derechos del gobierno y la ley, así como el deber de los ciudadanos de obedecer, emergen sólo a partir de la libertad cristiana. Pues en el gobierno y en la ley encontramos el orden de Dios que particularmente los cristianos no deberían nunca evitar.
El enemigo con el que Calvino lucha aquí es el punto de vista de los radicales de que la salvación implica la reforma total del mundo, lo cual implica dejar a un lado a un gobierno y a una ley imperfectas. Para Calvino esta visión está tan mal que ni siquiera se preocupa por expresar su propia preocupación por un mejor gobierno y una mejor ley. Debemos evitar esta “ilusión judaica” que haría del reino de Cristo parte de este mundo. No debemos fundir con este mundo aquello que no pertenece a él, sino que debe seguir su propia lógica (ratio). Así como son diferentes el alma y el cuerpo son diferentes el reinado espiritual de Cristo y el orden civil. La libertad espiritual es verdaderamente incompatible con la sujeción política. Nuestra condición humana y las leyes nacionales bajo las que vivimos no cuentan, pues el reino de Cristo no consiste en tales cosas. Así lo dice el padre de la democracia moderna, ¡el hombre para quien en realidad no fue un asunto indiferente el hecho de tener que seguir viviendo bajo las leyes de la vieja Ginebra! Pero esa preocupación se une a otra, que en nuestro deseo por tener mejores leyes humanas no debemos nunca olvidar o despreciar la ley de Dios que está presente siempre y en todos lados.
¿Acaso esta distinción hace del orden civil objeto de indiferencia y desprecio? ¡De ninguna manera! Ese orden es una cosa diferente del reino de Cristo, pero no está en contradicción con él. El reino celestial comienza desde aquí con el reino de Cristo en nosotros, y en esta vida mortal y perecedera, tenemos, por lo tanto, un prospecto de bienaventuranza inmoral e imperecedera. El punto, pues, del orden civil es integrar nuestra vida, mientras vivamos con otros, para formar la sociedad humana, para darle a nuestra vida un marco de justicia, para hacernos responsables los unos de los otros, para nutrir y apreciar la paz y la tranquilidad. Todo ello será superfluo cuando el reino de Dios, que ahora permanece escondido en nosotros, ponga fin a la vida presente. Pero si bien es cierto que la voluntad del Señor es que andemos como peregrinos esperando nuestra verdadera casa, nuestro peregrinaje demanda instrumentos de ese tipo, y despojarnos de ellos sería despojarnos de nuestra humanidad.
Noten aquí el doble significado del término “humanidad” (humanitas). En primer lugar denota nuestro peregrinaje terrenal lejos de nuestra verdadera casa, y, por lo tanto, algo no menos imperfecto que necesario. Pero esta cosa imperfecta y necesaria es la voluntad de Dios bajo la que permanecemos aquí y ahora. No debemos tratar de evadirla aunque veamos cuán superfluas serán estas ayudas cuando nuestro peregrinaje llegue a su fin, cuando no haya más aquí y ahora, cuando el reino de Dios ponga fin a nuestra vida presente. ¡Qué falta de discernimiento denotamos cuando tratamos de evadir esta relativa voluntad divina que es válida aquí y ahora! Como si no fuera simplemente una barbaridad (immanis barbaries) dar rienda suelta al mal en virtud de algún sueño de una perfección que ya es posible.
Calvino entonces procede a enlistar todo lo que implica el orden civil: primero, simplemente, ver porque la vida sea posible; luego ver que no haya idolatría, ninguna blasfemia en contra de la verdad de Dios, ninguna ofensa en contra de la religión pública; que la paz pública no sea alterada; que la propiedad de todos sea protegida; que las transacciones reguladas entre personas sean posibles; que el culto cristiano sea ordenado; y otra vez, sin ambivalencia alguna, alcanzar la humanidad entre nosotros. Calvino pide disculpas por hacer del cuidado de la religión un asunto político cuando en verdad está fuera de la esfera de la competencia humana. Preferiría no hacerlo, pero su preocupación es simplemente proteger la verdadera religión de la calumnia pública y el escándalo. Aquí, obviamente, estamos al nivel de consideraciones relativas; Calvino mismo lo señala. Nosotros no debemos nuestras vidas a las autoridades sino a Dios. Dios no necesita que el estado lo proteja a él y a su verdad. La propiedad privada y el libre comercio no son asuntos de importancia suprema. La humanidad no es la llave que abre la puerta del cielo.
Naturalmente, no necesitamos que Calvino nos diga todo esto. Pero, ¿No podemos entonces afirmar que estos postulados, incluyendo una protección leal de la iglesia por parte del estado no tienen una justificación relativa? La seriedad de la situación humana fuerza a Calvino a decir que sí; su lado divertido le permite hacerlo. No debemos confundir la justificación que hace Calvino del estado con conservadurismo político, pues este mandamiento es válido sólo por un tiempo, y, tal como lo veremos, los detalles están basados sólo con base en el tiempo y el lugar, no en la institución divina.

¿Qué cantaba Calvino?


¿Qué cantaba Calvino?

Se había hecho muy sofisticado el asunto. En Roma se había fundado una escuela de niños – Gregorio los examinaba personalmente – que después de años de enseñanza esmerada pudieran consagrar su vida al canto eclesiástico. Los cantores instruidos salían de Roma y se dirigían a todas las partes de Europa Occidental. Aquellos primeros maestros establecieron escuelas en varios centros. Muy bien organizadas y estrictas casi no había participación de laicos, que con los años lograban la difusión del cristianismo por las diversas naciones pero quienes entendían el latín eran cada vez menos.
Los que primero rompieron esta barrera fueron los Hermanos Bohemios seguidos de Juan Huss, quien murió quemado en la estaca en 1415, en Alemania. Él creía que la gente debía participar en el canto de la iglesia y sus discípulos continuaron su obra y editaron en 1504 el primer himnario para uso congregacional. Pero el gran propulsor de la himnología congregacional fue Martín Lutero al dar la Biblia y el himnario en la lengua materna.
Juan Calvino, que había nacido 16 años después de Lutero, adhirió a la idea que la gente entonara las melodías populares pero con letras religiosas y en el idioma del pueblo.
En 1539 cuando Calvino estaba en Estrasburgo como pastor de los refugiados franceses había aprovechado 12 salmos de Marot y con otros pasajes bíblicos como los Diez Mandamientos, el Credo y el Cántico de Simeón, hizo una colección de 21 poesías religiosas: 1º himnario de uso congregacional en la iglesia reformada dirigida por Calvino. Clement Marot era un poeta de la corte de Luis XII que había publicado 30 salmos traducidos al francés.
Calvino le encargó al músico Loys Bourgeois que le pusiera una melodía a cada salmo y en la 1º edición en 1542 Calvino escribió: “las palabras expresadas por medio de la música pueden calmar el corazón y al entonar los salmos de David que dictó y creó el Espíritu Santo podemos estar seguros de que Dios pone las palabras en nuestra boca, como si fuese Él quien canta dentro nuestro”.
No será hasta 1561 que con la pluma de Teodore de Bèze se completó la metrificación de los 150 salmos, y las melodías en total 125, se completaron con la colaboración de un músico francés Claudio Goudimel.
La austeridad característica de Calvino y su convencimiento de que el canto debía ser puro y libre de distracciones o ideas confusas lo hacía cantar al unísono y sin acompañamiento instrumental, encabezando una reacción en contra de la música florida y las formas litúrgicas demasiado teatrales, dice el himnólogo Eduardo Ninde, y consiguió que ensayaran los salmos en las escuelas, de 11 a 12 hs cuatro veces por semana y luego en los cultos, los chicos, con sus voces dirigían a la congregación en el canto de melodías nuevas.
Un inglés que huyó a Ginebra para salvar su vida escribió: “La ciudad ofrece un espectáculo muy interesante cuando, en los días de semana, se aproxima la hora del culto. Tan pronto como se oye el primer tañido de la campana, se cierran todos los comercios, la conversación cesa, dejan de lado todas las transacciones, y de todas partes acude la gente a la iglesia más cercana. Cuando llegan, cada uno extrae del bolsillo un pequeño libro que contiene los salmos métricos, y luego la congregación canta antes y después del sermón”.
Calvino pudo ver la colección completa del Salterio Ginebrino sólo dos años antes de su muerte (1564), y tuvo una influencia impresionante en todo el mundo reformado en Suiza, Holanda, Hungría, los puritanos en Inglaterra, los presbiterianos en Escocia, los hugonotes en Francia y los bohemios y los moravos en Checoslovaquia, hasta en EEUU, donde por más de 200 años se cantaron sólo salmos.
Imaginen la revolución que fue en su momento que en ese año 1562 salieron ¡24 ediciones! en París, Caen, Lyon, Ginebra y otros lugares.
Pensar que los salmos no nacieron en un clima devocional sino en la corte de los reyes de Navarra, donde Marot tenía influencia. Lo curioso es que el 1º Sínodo Reformado se celebró allí, en Navarra, en 1563, hoy departamento de los Bajos Pirineos.
Cada vez que cantamos “Como el ciervo ansioso brama” estamos cantando la letra traducida del francés a nuestro idioma del original del salmo.
Cada vez que cantamos la doxología (444 de Cántico Nuevo), estamos cantando la música que originalmente era del salmo 134.
Nunca se dejaron de cantar, hasta el día de hoy, los salmos con otras melodías, pero asimismo, dos siglos después del Salterio Ginebrino, se afirmó la necesidad de enfatizar la centralidad de Cristo a través del canto y ampliarlo a la magnitud actual.

Lucas Millenaar
Tomado del boletín Noti-nos, de la Iglesia Reformada de Buenos Aires, Julio 2009

viernes, 10 de julio de 2009

Calvino, "el hereje ortodoxo": 500 años de visión reformada


Leopoldo Cervantes-Ortiz
(publicado en ALC noticias)

Ciudad de México, viernes, 10 de julio de 2009

Justo una semana antes de la conmemoración de la fecha exacta del nacimiento de Calvino, L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, publicó un texto de Alain Besançon, miembro de la Academia Francesa sobre la nueva edición de Obras del reformador publicada en la prestigiosa colección Pléyade (Gallimard). Bajo el título “El reformador que desencarnó la encarnación”, el artículo de Besançon va más allá de las fronteras de una mera reseña y se ocupa de resaltar el impacto de Calvino en los países europeos, comparándolo con los alcances de lo realizado por Lutero. Las primeras palabras del artículo colocan al reformador al lado de Rousseau, como el par de figuras francesas que provocaron transformaciones de fondo en la civilización occidental:

Pocos franceses han dejado una huella duradera, visible y reconocida sobre la faz de la tierra. No hablo de quienes han lanzado una moda intelectual o artística […] Tampoco de quienes forman parte ya de los clásicos, como Montaigne, Pascal, Balzac, Cézanne y muchos otros. Pienso sólo en los que han incitado a una parte de la humanidad europea y la han desviado de su camino histórico habitual, que no han tenido la fuerza de imprimirle otra dirección. No veo más que dos: Rousseau, sin duda, que remodeló el siglo XIX y hasta el XX, y más aún Calvino. [1]

La noticia de la aparición de este texto en la prensa oficial vaticana está dando la vuelta al mundo, sobre todo porque algunos medios la han interpretado como una especie de “reivindicación” o rescate del antiguo hereje del siglo XVI. Primero que nada, Besançon reconoce a Calvino como un cristiano, ortodoxo, que aceptó los principales credos antiguos: “Era un cristiano que creía en la Iglesia una, santa, católica, aunque prefería decir universal y apostólica. […] Creía en la Trinidad, el pecado original, la salvación a través de Jesucristo y aunque no le gustaba que se rezase a la Madre de Dios, creía firmemente en su virginidad perpetua. Contrariamente de lo que se dice, creía en la presencia real [de Cristo en la Eucaristía], aunque no admitía la concepción católica de la transustanciación”. [2]
A partir de ahí, las alabanzas no cesan y subrayan la forma en que Calvino contribuyó al surgimiento de una nueva época. Es muy notable la forma en que, sin renunciar incluso al humor (refiere por ejemplo, que un amigo le ha dicho que en Holanda “el paisaje religioso se divide hoy entre calvinistas protestantes, calvinistas católicos, calvinistas judíos y calvinistas librepensadores, tan profunda es la huella dejada por el reformador francés”), el autor traza líneas interpretativas sobre el valor teológico-político del pensamiento de Calvino en sus diferentes áreas de influencia. Luego de referirse a las diferencias de Calvino con la Iglesia católica y Besançon subraya que el reformador alemán no fue capaz de fundar una verdadera iglesia, “ya que entregó la guía a los príncipes, al considerar que el príncipe cristiano podría ser el obispo natural”. Calvino no pensaba igual y “fundó un sistema eclesial compenetrado en la sociedad civil y al mismo tiempo lo suficientemente independiente como para no ser influenciado”. Para Besançon, su modelo de Iglesia “es una creación genial, capaz de adaptarse a las monarquías, a las repúblicas aristocráticas, a las repúblicas democráticas. Resiste de manera ágil a todos los cambios y a la revolución de la modernidad. Su superioridad histórica, es decir su eficacia, es patente, frente a la rigidez autoritaria del mundo luterano”, precisa.

Por otro lado, la Alianza Reformada Mundial ha insistido en que celebrar el nacimiento de Calvino no lo convierte en santo ni mucho menos: “La familia reformada conmemora este evento, pero sin pretender crear un culto a Calvino ni mucho menos colocarlo en un altar como a un “santo perfecto”. Calvino no era de ninguna manera perfecto, y fomentar el culto a la personalidad va en contra de la esencia misma del cristianismo reformado. El propio Juan Calvino habría insistido en decir: Soli Deo Gloria, “La gloria sólo para Dios”. [3]

El comunicado, firmado por Setri Nyomi y Clifton Kirkpatrick exhorta a las iglesias y comunidades reformadas de todo el mundo a conmemorar este día “en un espíritu de gratitud hacia Dios, por la inspiración que Calvino infundió en un movimiento de personas empeñadas en vivir fielmente para Dios, en los más diversos contextos, y por la forma en que su legado sigue guiándonos, para que respondamos con fe, con sinceridad ante Dios, a los retos que enfrentamos hoy en día”. A continuación, se incluyen algunas citas de Calvino referidas a la cuestión económica, el medio ambiente y la unidad de la Iglesia que manifiestan la actualidad de su pensamiento.

En el ambiente reformado así ha sido la tónica dominante de las celebraciones del Jubileo: de promover el triunfalismo, se busca promover la recuperación histórica de la herencia calvinista de manera autocrítica, reconociendo los defectos y las mutaciones que sobre la marcha ha sufrido la perspectiva teológica del reformador.
Ambas posturas, la católica y la reformada, pueden complementarse para poner freno a las incontables caricaturas y malos entendidos con que muchos estudiosos católicos (incluso historiadores y teólogos serios) han abordado la figura de Calvino y los excesos panegiristas y apologéticos a toda costa que se encuentran, sobre todo, en círculos reformados conservadores. La “rehabilitación” católica y la “mesura reformada” ayudarán a que sea posible recuperar el legado de Calvino para todas las vertientes cristianas, mediante un ejercicio decididamente ecuménico de valoración histórica, teológica y cultural. No debe olvidarse que en Calvino se fundieron, mediante un esfuerzo notable de síntesis integradora, los valores de la institucionalidad eclesial católica (Calvino denomina “madre de los creyentes” a la Iglesia y enfatiza el tema de la disciplina y el orden), el celo anabautista por la autonomía de la iglesia con respecto al Estado (pues, de manera contradictoria, Calvino asimiló más de lo que se supone, la sospecha de esta tendencia ante las pretensiones del poder político), el énfasis sacramental zwingliano, de manera moderada (no hay que olvidar cómo fue capaz de firmar, en 1549, junto con Heinrich Bullinger, sucesor de Zwinglio en Zúrich, el Consensus Tigurinus, documento que puso fin a las disputas suizas sobre la Eucaristía) y las lecciones de organización eclesiástica que recibió en Estrasburgo por parte de Bucero y otros dirigentes, que lo pusieron en contacto con la vertiente luterana (ejemplo de lo cual fue su duradera y fructífera amistad con Melanchton, sucesor de Lutero), además de participar en diversas reuniones de diálogo católico-protestante en algunas ciudades alemanas, un acento ecuménico que a veces se olvida.

Esta cadena de afinidades demuestra cómo Calvino tuvo la magnífica oportunidad de incorporar los matices mencionados a su titánica labor de exegeta, predicador, pastor, legislador y maestro en medio de complejas circunstancias políticas, sociales y culturales. Su desencuentro con personajes como Servet, Bolsec y Castelio, le exigieron cuotas de tolerancia que no fue capaz de desplegar, en parte porque su celo dogmático y la responsabilidad de conducir, casi sin proponérselo, los destinos de la Reforma, ya como un movimiento consolidado y propositivo, lo orillaron a dejar de lado una práctica más visible de la misericordia. Su insistencia en la verdad bíblica pudo, tal vez, cegarlo a la hora de dialogar con aquellas tendencias que no siempre comprendió del todo, como en el caso del anabautismo. Con todo, los vasos comunicantes con esos y otros grupos cristianos son más firmes e intensos de lo que se ha creído. [4]

Queda claro que la relectura de la vida, obra y legado de Calvino no debe ser una labor únicamente para historiadores y expertos, y que el esfuerzo de leer, releer y actualizar su influencia en estos tiempos modernos no es una empresa fácil. Con todo, es posible afirmar que, a medio milenio de su nacimiento, Calvino contribuyó efectivamente a transformar el rostro del mundo que conoció. De ahí los rasgos de grandeza que ahora se destacan, pero que no deben obnubilarnos ni desviarnos del verdadero objetivo, pues como bien escribió Karl Barth al respecto, si se sigue a Calvino, es porque él trataba de seguir a Cristo. Si ha sobrevivido algo de la visión reformadora de Calvino y su dedicación a la transformación de la sociedad en la que vivió, se debe precisamente a que, desde lo que entonces se percibió como una herejía, luchó denodadamente por reivindicar el Evangelio de Cristo, incluso a contracorriente de sus propios errores.

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[1] A. BESANÇON, “IL RIFORMATORE CHE DISINCARNÒ L'INCARNAZIONE”, EN WWW.VATICAN.VA/NEWS_SERVICES/OR/OR_QUO/CULTURA/150Q05A1.HTML. VERSIÓN DE LC-O.
[2] Cit. por “El Vaticano destaca la figura de Calvino”, en El Universal, 2 de julio de 2009, www.eluniversal.com.mx/notas/609063.html
[3] “Celebrate John Calvin as an inspiration not a saint say Reformed church leaders” (Celebrar a Calvino como inspiración y no como santo, dicen líderes de la Iglesia reformada”, en http://warc.jalb.de/warcajsp/side.jsp?news_id=1968&part_id=0&navi=6. En español: “"Gracias Dios por el legado desafiante de Calvino, hoy", dice Carta de la ARM por el Jubileo”, traducción de Claudia Florentín, www.alcnoticias.org/interior.php?codigo=14413&lang=687.
[4] Sobre este tema, el texto de D.F. Durnbaugh, “The First and Radical Reformations and their relation with the Magisterial Reformation”, en Milan Opocensky, ed., Towards a renewed dialogue. The First and Second Reformations. Ginebra, Alianza Reformada Mundial, 1996 (Estudios, 30), pp. 8-29, es particularmente ilustrativo, así como las observaciones de George Williams en el capítulo “Calvino y la Reforma radical” de su monumental obra La Reforma radical. Trad. de A. Alatorre. México, Fondo de Cultura Económica, 1983.

Juan Calvino: Caricaturas y mitos


Leopoldo Cervantes-Ortiz
19 de junio, 2009

Ha pasado mucha agua debajo del puente. A 500 años del nacimiento del reformador francés Juan Calvino se han acumulado muchísimas interpretaciones de su vida y legado. Es reconocido de manera unánime como el continuador y consolidador del impulso refornista iniciado por Lutero en Alemania y Zwinglio en Suiza, y como el más notable integrante de una nueva generación de dirigentes religiosos que buscaban transformaciones de fondo en la Iglesia. Su labor en Ginebra, ciudad que llegó a ser el eje de la Reforma Protestante, sobre todo a causa de su labor bíblica, teológica y pastoral, ha sido objeto de los más inimaginables estudios, desde los más exaltados hasta las descalificaciones más agrias.
En círculos académicos y eclesiásticos, el nombre de Calvino se asocia a una serie de mitos, prejuicios y caricaturas que bien vale la pena describir y desmontar con el ánimo de superarlos y alcanzar una visión más equilibrada que supere los énfasis apologéticos y hagiográficos. El Rev. Peter Wyatt ha descrito algunos mitos cuya discusión puede servir para introducirse a los grandes temas con los que se relaciona la figura de Calvino y representan una parte de la enorme plataforma de incomprensión que se ha creado a su alrededor. Sin duda, podrían incluirse muchos más, pero en una visión panorámica pueden ayudar a atisbar el territorio que ha sido patrimonio de biógrafos, historiadores y teólogos.
El primero tiene que ver con la supuesta teocracia que Calvino estableció en Ginebra: luego de su primera estancia de dos años, permaneció el resto de su vida en la ciudad, pero no fue sino hasta muy avanzada la década de 1550 que obtuvo la ciudadanía. Su función esencial fue la de pastor y maestro de Biblia. El control político de Ginebra casi siempre estuvo en manos de sus opositores.
El segundo mito se refiere a que Calviono descreía radicalmente de la bondad humana. No obstante, filósofos como Wilhlem Dilthey han señalado que, aunque Calvino habló duramente del pecado humano, él mismo exaltó la dignidad y el destino de la humanidad como pocos. Al respecto, es muy útil una cita de Brian Gerrish: “La indignación de Calvino hacia la ingratitud del ser humano, y no su indignación hacia la humanidad, es lo que está detrás de su retórica del pecado y la depravación”. El siguiente mito afirma que el reformador fue “un partidario implacable de la disciplina”, algo que, evidentemente, podría aplicarse sin duda a su vida personal, pero no tanto en el ámbito de su trabajo comunitario, especialmente por lo que adevierte Wyatt: que las reuniones semanales de Calvino y con su equipo pastoral buscaban más la comprensión y la restauración que la administración de castigos. Pero incluso Karl Barth, uno de los comentaristas más lúcidos de la obra del reformador, llegó a decir, no sin una nota de humor, que él no hubiera deseado vivir en la “santa ciudad” de Calvino, a causa de la disciplina administrada.
El siguiente mito, estrechamente ligado al anterior, consiste en afirmar que Calvino estaba obsesionado con la moralidad personal, un asunto que, ciertamente, le causó grandes problemas, pues la hija de su esposa y una cuñada incurrieron en adulterio, situación que lo avergonzó profundamente. Calvino insistió, más bien, en las exigencias éticas del Reino de Dios, pues creía que éstas responden a la manera en que la sociedad se encamina a una transformación concreta en términos del bienestar común. Podría decirse, de manera más actual, que a Calvino le preocupaban más los “pecados estructurales” que las simples faltas individuales. En este sentido, el objetivo teológico fundamental es “rendir toda la gloria a Dios” en todas las áreas de la vida, así como el reconocimiento de la creación entera como el escenario natural para la manifestación de la magnificencia divina, incluso como lo manejan hoy los grupos enfrascados en la lucha ecologista.
La imagen de Calvino como promotor o adalid de la auto-negación es otro mito fuertemente arraigado, pues expresiones tales como “mortificar la carne” o “llevar la cruz” pasan hoy por el filtro de la reivindicación de la dignidad humana. Pues en ese rumbo iban las ideas calvinianas acerca de la auto-negación, encaminadas a generar ayuda para los más desfavorecidos. Como comenta Wyatt: “Al promover una ética de la auto-negación, Calvino llamaba a los que eran relativamente ricos a dar algo de su sustento para el beneficio de otros”. La base de esta propuesta era una consecuencia de la fe en la imagen de Dios en los seres humanos, razón de ser de la preocupación por el prójimo. Algunos analistas han visto en estas ideas el germen de una auténtica teología liberadora.
“Calvino, padre del capitalismo”: quizá sea éste el mito más extendido en el campo de las ciencias sociales y el que más antipatías genera, sobre todo porque en estos tiempos hiper-globalizados este sistema económico ha quedado casi huérfano y nadie desea asumir su paternidad. Calvino, ya sin poder defenderse, sería una especie de “villano favorito”. Se le acusa, principalmente, de permitir los préstamos con interés, algo que cierta crítica católica al parecer nunca le perdonará. Lo cierto es que las claras conexiones de la espiritualidad reformada con las bases mismas de la modernidad hicieron que dicha fe apareciera como uno de los factores que permitieron el desarrollo del llamado “espíritu capitalista”, particularmente en su versión inglesa y estadunidense. El promotor más notable de esta interpretación de la historia económica fue Max Weber, uno de los fundadores de la sociología, gracias a su conocidísima obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Lo que debería saberse mejor es que Weber no analizó directamente el pensamiento calviniano, sino que trabajó, sobre todo, las derivaciones inglesa (la Confesión de fe de Westminster) y estadunidense (las ideas de Benjamin Franklin, entre otros). Afortunadamente, el profesor mexicano Francisco Gil Villegas hizo una edición crítica del libro de Weber, en la cual hace las necesarias distinciones y explica cuidadosamente la relación entre la fe puritana en la predestinación y la “traducción económica” de esa variante teológica calvinista. En esta línea de pensamiento, muchos creyentes de la tradición anglosajona han visto el bienestar económico como una manera de comprobar que habían sido elegidos por Dios para salvación, lo que constituye el séptimo mito, esto es, una comprensión del trabajo que también ha sido vista como un efecto pernicioso de las ideas calvinianas. La prosperidad económica debe ser vista, mejor, como resultado del esfuerzo que una persona realiza en su búsqueda libre y gozosa por servir de la mejor forma al extendimiento del Reino de Dios. Su acción, dice Wyatt, acontece como “una respuesta agradecida a la gracioa inquebrantable de Dios”.
Simpático o no, pues como ha dicho con mucho humor la pastora y teóloga francesa Isabelle Graesslé, directora del Museo Internacional de la Reforma, en una entrevista, a veces ni siquiera para los propios calvinistas es una figura muy atrayente, Calvino sigue causando controversias medio siglo después de su nacimiento. La tradición teológica que sigue sus pasos insiste, en plena celebración, que el impacto del reformador rebasa, con mucho el mero espectro eclesiástico y que sus huellas pueden percibirse en muchos ámbitos de la existencia social, política y cultural. Hay mucho por analizar todavía.

Calvino y la economía


Por Rodolfo Haan

Weber y Tawney

Recuerdo que en los años en que tenía el privilegio de enseñar en ISEDET, en la clase de historia, una vez hablamos sobre Calvino y la economía. Dos estudiantes habían participado antes en un curso de la universidad de La Plata. Abordando el tema del ‘protestantismo y capitalismo’, el profesor, que era católico, había apuntado a aquellos dos, diciendo ‘ellos tienen la culpa’. Esto es, los protestantes-calvinistas han sido la causa del capitalismo. Siempre se alude a la conocida tesis del sociólogo e historiador Max Weber al respecto. Hay otro historiador - al que personalmente prefiero - que es Richard Tawney. Solíamos leer su libro en el primer año del programa de licenciatura. El título es La religión y el surgimiento del capitalismo (Religion and the rise of capitalism, 1926). En la biblioteca había una traducción argentina, con el título engañoso: ‘La religión en el origen del capitalismo’. El traductor había cometido dos errores: substituyó la palabrita ‘y’ por ‘en’, y reemplazó la palabra ‘surgimiento’ por ‘origen’. Él quería ‘probar’ que la religión protestante ha estado en el origen del capitalismo. Sin embargo, Tawney investiga otra pregunta: ¿cómo podemos explicar que los protestantes del siglo XVIII habían llegado a ser tan diferentes de los calvinistas de la misma época de la Reforma, y tan asimilados al moralismo comercial de su época?

El capitalismo no se ‘originó’ en la Reforma. Lo que Weber está mostrando de hecho es otra cosa: cómo durante los siglos posteriores a Calvino la práctica de los pastores puritanos y de los mismos fieles reforzaron – con gran fuerza sicológica – al naciente capitalismo. El capitalismo – concepto que estrictamente surge recién en el siglo XIX – tiene otras causas históricas, aparte de las prácticas religiosas. Por otra parte, estas prácticas y teologías tampoco obedecían necesariamente a la doctrina clásica de la iglesia. El profesor Hooykaas, historiador de la ciencia, escribió un libro al que puso un título semejante: La religión y el surgimiento de la ciencia moderna (Religion and the rise of modern science, 1972). Observa que la doctrina de la predestinación no ha sido típica de Calvino; también Tomás de Aquino y Lutero la apoyan. Muchas veces es confundida con la providencia. En los siglos XVII y posteriores el principio de la causalidad de la ciencia invadía la teología. Podemos decir, la teología se fue ‘conformando a este siglo’ (Rom. 12, 2). A su vez la providencia fue interpretada como si ‘el curso de las cosas estaría fija’. Calvino dice otra cosa: ‘Jamás se podría satisfacer la curiosidad de ciertos hombres vanos a quienes ninguna cosa basta’. Sobre la providencia sólo se puede hablar ‘para la instrucción y consuelo de los fieles’ (Institución, I, XVII, 12); no conocemos la voluntad de Dios sino a través de lo que Él nos enseña. ‘Por lo tanto, en nuestros asuntos debemos poner los ojos en la voluntad de Dios, que Él nos ha revelado en su Palabra’ (I, XVII, 5).

La interpretación y el uso actual de la obra de Calvino mismo tienen que partir de su teología fundamental. En 1975, Jesús Larriba escribió el primer estudio católico (y español) sobre Calvino, calando ‘en lo más hondo del espíritu y de la obra de Calvino’, al pretender ‘poner las cosas en su sitio, desligándolas de la leyenda calumniosa y de la interpretación polémica’. El título del libro fue Eclesiología y antropología en Calvino. La intención del autor fue la de un servicio ecuménico. Tales esfuerzos son necesarios antes de que queramos indagar el tema ‘Calvino y la economía’.


André Biéler

Sobre este tema la fuente principal - aparte de la obra del Reformador mismo, que por su vasta extensión solamente será accesible para algunos especialistas – sigue siendo la gran obra del profesor André Biéler (1914-2006), La pensée économique et social de Calvin. Fue publicada en francés en el año 1961, y ha sido republicado en inglés en 2005 por el Consejo Mundial de Iglesias bajo el título Calvin’s social and economic thought. Es el estudio más completo y más profundo sobre el pensamiento social y económico de Calvino. Pero Calvino no se deja conocer solamente por su obra propia. Son los calvinistas posteriores y contemporáneos que llevan adelante su método. No es calvinista citar solamente a Calvino aplicando algunos determinados dichos o actos al contexto actual. Lo que sí sigue siendo actual es el mismo método de Calvino, cuyo secreto es lo que hoy día llamaríamos el ‘círculo hermenéutico’. Para entender la actualidad del mensaje bíblico hay que relacionar la lectura y relectura bíblicas profundas con el análisis igualmente rigoroso de la realidad social en que vivimos ahora. Este trabajo analítico nunca termina, ya que la evolución social siempre está sujeta al movimiento histórico. El profesor Biéler, en su librito Calvino, profeta de la era industrial (1964, p. 12/13), resume las características de la ética de Calvino:

1. ‘La ética social de Calvino está solidamente anclada en la teología; depende enteramente del misterio central de la fe evangélica, de la persona y la obra de Cristo. Es un ética teológica cristocéntrica.
2. Ella precede de un conocimiento riguroso de la revelación bíblica, a saber de una interpretación muy dinámica de la misma, a la luz de las fluctuaciones de la sociedad. Es una ética bíblica acordada con el dinamismo de la historia.
3. Ella se actualiza concretamente por un análisis lucido de las coyunturas estando siempre en evolución. Implica un método de análisis racional de los hechos económicos sociales.
4. Ella obtiene una eficacia histórica excepcional al comandar una acción adaptada a la circunstancias y infinitamente renovada en el contacto con la realidad. Es un método didáctico para la acción.’

Queda claro que, en base a esta visión calvinista sobre Palabra y Mundo, no podemos canonizar al mismo Calvino. Sus propias conclusiones éticas fueran hechas en relación con su tiempo y el lugar donde vivía. El método calvinista implica que sepamos dialogar y comprometernos con nuestra propia época. Lo que nos enseña la reforma calvinista es que los cristianos hemos de servir a la reforma de la sociedad integral.

La reforma integral y continua de la sociedad

Aquí debemos darnos cuenta que la época de Calvino era precapitalista todavía. Su genio ya presentía la economía capitalista naciente al ver las tendencias en los mercados, entre ellos el mercado de crédito. Esto significa para nada que fue el ‘profeta del capitalismo’. No ‘quería’ el capitalismo (muchos historiadores han concluido que en el ámbito de Ginebra Calvino más bien lo ha frenado y canalizado), sino que tomó en serio los nuevos fenómenos económicos. Calvino no inventó el capitalismo ni el comercio internacional. A partir del comienzo del siglo XIV (1300-1400) Ginebra ya había sido uno de centros comerciales más importantes del continente. Mucho tiempo antes de Calvino ya existe la práctica del crédito y del interés. La iglesia a veces lo prohibía (en gran parte en vano), otras veces lo toleraba para su ventaja propia. Calvino fue el primer teólogo que se daba cuenta del mecanismo moderno del mercado financiero y de la ética nueva que se precisaba frente a él. Por eso ha sido el teólogo más discutido entre los economistas.

Si en la actualidad Calvino sigue siendo de gran importancia para nuestro pensamiento económico y social, es por este principio de la renovación continua de la ética cristiana. No podemos basarnos en las circunstancias económicas de los tiempos bíblicos, ni en aquellas del tiempo de Calvino en Ginebra, sino que tendremos que aprender de su método teológico, que sigue siendo una fuerza renovadora para enfrentar los desafíos que nos plantea la contemporaneidad.

Al vislumbrar la modernidad económica (el sistema de mercado impersonal, abstracto y anónimo), Calvino es extremadamente actual. Nos enseña que la ética cristiana no se limita al ámbito individual (las cuestiones de la caridad personal, la sexualidad, el aborto, la homosexualidad, etc.). La gran diferencia entre la era precapitalista y la capitalista está en el anonimato de la economía moderna. La globalización ha conectado todos con todos; las relaciones económicas ya no son personales y locales como ha sido el caso en la economía bíblica y la economía tradicional. El semejante ya no es sólo el vecino del barrio, sino que se encuentra entre los hambrientos en otro continente. Tawney dice que la actitud de la iglesia puritana

‘descartaba una investigación crítica de las instituciones, y dejaba como esfera de la caridad solamente aquellas partes de la vida que podían ser reservadas para la filantropía, precisamente porque caían fuera de esa área mayor de las relaciones humanas normales, en las que los estímulos del interés propio proveían el motivo enteramente suficiente y la regla de conducta. Era, por lo tanto, en la esfera del socorro para los no combatientes y los heridos, y no inspirando al ejército principal, que la iglesia percibía que estuviera su tarea social. Las expresiones características de esto en el siglo XVIII eran la ayuda a los pobres, el cuidado de los enfermos y el establecimiento de escuelas. A pesar de la preocupación genuina, un poco de tono consolador, por el bienestar espiritual de las clases pobres, la cual inspiraba el reavivamiento evangélico, se dejaba el trabajo intelectual fundamental de la crítica y de la construcción a los racionalistas y los filántropos’ [Religion, p. 195/196].

‘Desde la expansión de las finanzas y del comercio internacional en el siglo XVI, esto era el problema que confrontaba la iglesia. Reconociendo que debería amar a mi prójimo como a mí mismo, las cuestiones que, bajo las condiciones modernas de organización a gran escala, quedan por solucionarse, son: ¿quién precisamente es mi prójimo? y ¿cómo acaso puedo efectuar ese amor a él en la práctica? La enseñanza religiosa convencional no ofrecía respuesta a esas preguntas, porque ni siquiera se había dado cuenta de que podían ser planteadas. Ella había tratado de moralizar las relaciones económicas, considerando cada transacción como un caso de conducta personal, implicando una responsabilidad personal. En una era de finanzas impersonales, mercados mundiales y una organización capitalista de las industrias, sus doctrinas sociales tradicionales no tenían nada específico para ofrecer y eran meramente repetidas; mientras, para ser efectivas, deberían haber sido concebidas nuevamente desde el comienzo y formuladas en términos nuevos y vivientes. (…) La ineficiencia de esas doctrinas preparó el camino para su abandono teorético’ [Ibíd., p. 187/188, cursivas mías].

La perspectiva del pobre

Aquí tenemos exactamente el método de Calvino. Hay que interpretar los signos de los tiempos. La perspectiva social en Calvino siempre es la suerte del pobre, excluido del bienestar económico reservado para los ricos. La ‘iglesia de los pobres’ de la teología de la liberación recibe un sentido muy profundo en Calvino. Considera a los pobres como aquellos que han de instruir a la dirección de la iglesia (con una referencia a Mateo 26, 11). Jesús, que va a ser sacrificado en la cruz, pero después resucitado y llevado al cielo, deja a sus discípulos con los pobres: ‘los pobres los tendrán siempre con ustedes’. Ellos se quedan aquí en la tierra, siendo los instructores de la iglesia.

La sociedad humana se encuentra en una profunda crisis económica. La crisis financiera está íntimamente relacionada con las crisis de la pobreza, de los alimentos y sus precios, del medio ambiente, del clima, del agua, de las materias primas, de la energía, de la salud, de la educación, del envejecimiento, y de la criminalidad económica. La ‘crisis financiera’ que ha azotado la economía mundial no es un fenómeno aislado. Los banqueros se exculpan diciendo que todo eso ha sido causado por el ‘sistema’. Según Calvino somos responsables precisamente por esa estructura de la sociedad. La construcción de una sociedad mejor es trabajo para la gloria de Dios. La iglesia y los cristianos no deben abandonar esta tarea. El sistema, las reglas, las normas y las leyes a que obedece el ‘sistema’, dice Calvino, no tienen la autoridad, a pesar de su realidad y su vigencia relativa. ‘Los que quieren cubrir sus vicios con las leyes, aumentan sus fallos al doble’ (Biéler, La pensée, p. 277). La Palabra se dirige a la conciencia.

Como dice Jung Mo Sung en su hermoso librito Simientes de esperanza. La fe en un mundo en crisis (2005, p. 31): ‘El confesar la fe en un Dios que, justo estando en el medio de su pueblo, transciende toda realidad histórica, es una forma de afirmar que todas las instituciones humanas, por más poderosas que sean, no son absolutas ni eternas: lo nuevo todavía puede y va a nacer’.


Referencias

André Biéler, La pensée économique et sociale de Calvin, Georg. Ginebra, 1961 (562 p.)
André Biéler, Calvin, prophète de l’ère industrielle, Labor et Fides, Ginebra, 1964 (74 p.)
Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, Fundación Editorial de Literatura Reformada, Rijswijk, 1968, 2 tomos (1262 p.)
R. Hooykaas, Religion and the Rise of Modern Science, Scottish Academic Press, Londres/Edinburgo, 19773 (162 p.)
Jesús Larriba, Eclesiología y antropología en Calvino, Cristiandad, Madrid, 1975 (414 p.)
Jung Mo Sung, Sementes de Esperança. A fé em um mundo em crise, Editores Vozes, Petrópolis, 2005 (118 p.)
R.H. Tawney, Religión and the Rise of Capitalism, Pelican Book. Harmondsworth, 197711 (334 p.)

Dios..., más grande que el corazón


‘DIOS ES MÁS GRANDE QUE NUESTRO CORAZÓN’
Breve reflexión sobre el teólogo Juan Calvino
Dr. Enrique Vijver

Si queremos entender bien a Juan Calvino debemos situarlo en su propio tiempo. Es lo que trato de hacer en este artículo. Sólo de esa manera podemos descubrir los elementos positivos de su pensamiento teológico.

Los siglos 14 y 15 fueron un tiempo de tremendos desastres en el continente europeo. Menciono la guerra de cien años entre Francia e Inglaterra y sobre todo esa otra catástrofe de carácter apocalíptico que exigía la vida de tantos seres humanos: la muerte negra o la peste. Esa terrible enfermedad, que invadió al continente europeo en cuatro oleadas sucesivas, junto con la violencia y la crueldad humanas, fueron las causas principales por las que en el siglo 15, de la mitad hasta las dos terceras partes de la población entera entre la India en el Este e Islandia en el Oeste había desaparecido.
Quien lee las crónicas sobre esos tiempos ahora tan remotos, queda atónito ante el sufrimiento humano. Poco a poco uno va entendiendo por qué la gente de aquel tiempo creía estar en presencia el fin del mundo.

El esfuerzo intelectual y espiritual del siglo 15 estaba concentrado en la búsqueda de un nuevo fundamento para el hombre. La iglesia Católica Romana ya no fue el hogar donde la gente podía encontrar el alimento para su espíritu. La iglesia había perdido su credibilidad debido a la corrupción y sus luchas internas. Si tenemos en cuenta la necesidad espiritual de la gente debido a los desastres que la humanidad estaba sufriendo, entonces tenemos que reconocer que la iglesia fracasó en gran manera en aquellos siglos. Había un vacío espiritual que un sinnúmero de movimientos espirituales a veces de caracter extremo como por ejemplo los flagelantes, trató de ocupar.
En el trascurso del siglo 15 surge el movimiento nuevo del Renacimiento. Es una prueba de la dinámica misteriosa de la historia humana que después de tanto sufrimiento y tanta muerte, el ser humano se levanta y encuentra energías nuevas para continuar viviendo. Fuente de inspiración es la cultura Greco-Romana. Y en oposición a la impotencia y la debilidad humanas que los hombres han vivido en los tiempos anteriores, ahora la élite intelectual enfatiza la potencia intelectual y moral de la raza humana. El ser humano, así lo creen ahora, dispone de su razón, de su moralidad y de muchas otras capacidades. De las ruínas va naciendo otro tipo de ser humano, que ya no se siente impotente frente a los caprichos de la vida, sino que está dotado con la voluntad y la capacidad de trabajar el mundo y su propia existencia. El Renacimiento como movimiento cultural se va extendiendo por gran parte de Europa. Se caracteriza por una visión del hombre positiva y optimista.

Juan Calvino nace en el año 1509 y entonces le toca vivir este proceso fascinante de transformación cultural. Sus maestros intelectuales son pensadores como Erasmus y Melanchton, representantes del nuevo humanismo. Paulatinamente Calvino va encontrando su propio rumbo en el laberinto del pensamiento humano de aquel tiempo de grandes cambios. Lentamente Calvino se va dando cuenta de las fallas de la iglesia Católica Romana. Pero después de algunos años también descubre los errores del pensamiento humanista del Renacimiento.
Calvino ve que la iglesia Católica no es el hogar espiritual que la gente está buscando. Pero tampoco cree que el hombre pueda ser su propio fundamento. No comparte el optimismo del humanismo. Al contrario, ha descubierto la maldad y la decadencia del hombre.

El núcleo de la teología de Calvino es la afirmación de la grandeza y la trascendencia de Dios. Podemos expresar esa creencia claramente con las palabras de la primera carta de Juan: “Dios es más grande que nuestro corazón” (I San Juan 3, 20). Es decir, Dios siempre está más allá de lo que hacemos, sabemos y pensamos los hombres.
Si la iglesia Católica, con sus santos, sus ritos y sus ceremonias, pretende garantizarnos la salvación divina, entonces ya se ha convertido en una institución soberbia. Dios y su voluntad salvífica están fuera de nuestro alcance. La iglesia no está en condición de presentarse como el representante perfecto de Dios. Pero es lo que estaba haciendo la iglesia Católica en aquel tiempo.
El único hogar espiritual para el hombre es Dios mismo y su Palabra gracias a la que nosotros podemos conocer su voluntad. Ni la iglesia, ni el hombre mismo pueden salvar a la humanidad. Una iglesia que se ha colocado a si misma entre Dios y el hombre no está respondiendo a su misión. La fe es una cuestión personal del ser humano. Para comunicarse con Dios el hombre no necesita ni a la iglesia con sus ritos ni a alguna persona humana. Lo único necesario es que el hombre sepa escuchar y obedecer la Palabra de Dios.

Los cristianos tenemos que leer la Biblia, estudiarla para profundizar nuestro conocimiento de la voluntad de Dios. Nunca pensemos que podemos asegurarnos la salvación por medio de nuestra propia religión. El Dios omnipotente y trascendente es dueño de la salvación.
Según Calvino, para celebrar un culto, no hace falta que estén todos los atributos ceremoniales de la iglesia Católica ni que esté todo el clero. Alcanza con que dispongamos de una Biblia y un lugar para reunirnos. Alcanza con que leamos y escuchemos la Palabra de Dios. Alcanza con que haya un predicador, bien preparado, que nos explique la Palabra. El culto de Calvino es sumamente sobrio.

Consecuencia de la afirmación de la trascendencia divina es que el mundo ha sido dejado a la responsabilidad humana. Dios es Señor del mundo entero y como tal está más allá de todo lo que existe. Los hombres por ende tenemos el deber de hacernos cargo del mundo.
Esta es la base de la ética calvinista acerca del trabajo humano. El hombre no trabaja simplemente para ganarse la vida. Trabaja porque es su vocación como ser humano. Y no solamente el trabajo espiritual del clero es vocación divina, sino todo tipo de trabajo. Es nuestro deber y nuestra responsabilidad dedicarnos por completo a nuestro trabajo. El Creador nos creó para que nosotros seamos trabajadores creativos en la tierra. Somos nada menos que la imagen de Dios. Entonces, no nos corresponde perder el tiempo gozando de los frutos agradables de nuestro trabajo. El trabajo no existe como fuente de gozo; es un deber y como tal es la manera más adecuada de mostrar nuestra obediencia a Dios. Nos corresponde vivir trabajosa y sobriamente.
El aspecto fuerte de esta moral calvinista es su énfasis en la responsabilidad humana por el mundo. El hombre vive en el mundo para dedicarse a él y para cuidarlo bien. El calvinismo en todas sus versiones siempre ha tenido un interés muy grande en la ética. En muchas iglesias calvinistas la lectura del Decálogo todavía ocupa en lugar importante en la liturgia.

Si Dios nos ha dejado la realidad para que la cuidemos, eso significa también que podemos investigarla para ampliar nuestro conocimiento de ella. Si es nuestra vocación trabajar la tierra con toda nuestra fuerza y toda nuestra razón, entonces hagámoslo usando y desarrollando la razón. Los hombres honramos a Dios el Creador con nuestro conocimiento de la realidad. La ciencia no se opone a la fe, sino que es resultado de ella. Teniendo en cuenta esto, puede sorprender que muchos protestantes de origen calvinista, a pesar de su propia tradición, se hayan resistido al desarrollo de las ciencias. Todavía hay protestantes ortodoxos que en base a su fe, rechazan por ejemplo las teorías científicas sobre el origen del mundo. Tal actitud negativa hacia la labor racional del hombre no corresponde a un calvinista.

Hay una cuestión sumamente importante que Calvino debe solucionar. Incluso la solución que Calvino da a este problema llega a ser un elemento decisivo en todo su pensamiento teológico.
Hasta la época del Renacimiento y de la Reforma, la iglesia Católica Romana había sido el hogar espiritual indiscutido para todo el mundo. Podemos decir que la iglesia representaba otro orden, un orden que estaba más allá del orden visible del mundo y de las cosas que suceden. Más allá de la presencia masiva de la muerte y del sufrimiento humano, había otra realidad, donde no había muerte ni dolor. Después de morir los fieles iban a pasar a ese “más allá” para gozar de la salvación eterna que Dios había prometido a los creyentes. La iglesia de hecho funcionó en la conciencia de los creyentes – es decir, de todo el mundo – como el acceso a ese paraíso divino.
Todo ese orden espiritual que para la gente durante mucho tiempo había sido la base y el sostén de su vida, se estaba viniendo abajo durante los siglos 15 y 16. Y aunque muchos lógicamente veían los errores y la decadencia de la iglesia católica, sin embargo fue su propio hogar espiritual el que se estaba derrumbando. Para una elite cultural las ideas humanistas del Renacimiento dieron un fundamento nuevo a su vida, pero no fue así para la gran masa de la gente. Para la mayoría de la gente debido a los fracasos de la iglesia Católica se abría un vacío espiritual.
Esa es la cuestión a la que me refiero, la cuestión que Calvino tenía que solucionar.

La base absoluta del orden nuevo para Calvino fue la Palabra de Dios. Pero Calvino necesitaba algo más para que la Palabra divina pudiera convertirse en el fundamento concreto de la religión protestante. ¿Cuál va a ser la religión que se basa en la Palabra divina? ¿Tendrá la capacidad de convertirse en un nuevo hogar espiritual para la gente? Esa es la cuestión decisiva.
El principio importante que Calvino llega a formular es la disciplina. Para que vaya naciendo un orden nuevo que pueda ser hogar espiritual para los creyentes, ellos entonces deben vivir disciplinadamente según las instrucciones divinas que encontramos en la Biblia. Calvino trabaja durante años en la ciudad de Ginebra para formar una iglesia bien ordenada y conducida. Va a ser una iglesia basada en una reglamentación muy elaborada. Los feligreses de Ginebra tienen el deber de obedecer todas las reglas de la iglesia. Se crea un sistema de control y se aplican castigos duros a los que no lo cumplen. Calvino está convencido de que una buena disciplina es el principio del discipulado cristiano. Un discípulo es alguien que vive su fe disciplinadamente, se puede decir. Es el secreto del nuevo orden espiritual que Calvino y otros teólogos de esta Reforma van construyendo.
Llama la atención que otro líder espiritual de aquel tiempo, Ignacio de Loyola, con quien Calvino había estudiado en París, también elabora una espiritualidad basada en la obediencia estricta a cierta disciplina. Los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola han podido funcionar como la base de todo un orden, probablemente porque enseñaron una disciplina estricta y clara. Para los dos, Calvino e Ignacio de Loyola, la única manera de formar un orden espiritual nuevo, era el énfasis en la disciplina.

Esa disciplina nunca ha desaparecido del Calvinismo. El movimiento renovador de los hermanos Wesley y George Whitefield en la Inglaterra del siglo 18, va a llamarse metodismo justamente por su énfasis en la disciplina cristiana. Y en eso es visible la influencia del calvinismo sobre este movimiento. Vivir como cristiano en este mundo, que esta lleno de pecados humanos, sólo es posible cuando el creyente vive concientemente según ciertas reglas y acepta una disciplina clara. Los Metodistas son cristianos que quieren vivir la fe cristiana “metódicamente”. La fe exige un metodo. Calvino mismo lo habría podido decir. El respeto por ese método ha sido la base del crecimiento del Metodismo en diferentes partes del mundo, porque esa disciplina representa para los creyentes la base de un orden espiritual nuevo.
Es una herencia importante y típica de la tradición Calvinista.

En este artículo breve he querido mencionar algunos aspectos de la teología de Calvino. Lo quería hacer situando a Calvino en su propio tiempo. Reconozco que hay muchos otros aspectos para tratar. Incluso hay varios elementos en la teología de Calvino que provocan críticas y protestas profundas por parte de lectores actuales. Todo eso lo dejo para otra oportunidad.
Creo que, a pesar de la crítica que le podemos hacer a Calvino, hay ciertos elementos en su teología que merecen ser rescatados porque todavía nos pueden ayudar en nuestra búsqueda cristiana en el mundo de hoy.

Para terminar este artículo quiero mencionar algunos elementos:
1. Calvino presenta una fuerte afirmación de la trascendencia de Dios. Es una lección importante para nosotros. Impide que nosotros en cualquier momento de la historia lleguemos a identificar nuestra propia realidad (nuestra patria, nuestra cultura, nuestra doctrina, nuestra ideología, etc.) con la voluntad de Dios. Es un elemento crítico imprescindible para la teología en cualquier parte del mundo.
2. Calvino ha subrayado la importancia de la Biblia y nuestro estudio de ella. No solamente el teólogo profesional (el clero) tiene acceso a la Palabra, sino todo creyente. Es un estímulo grande para el desarrollo espiritual de los creyentes y las iglesias que merece nuestro respeto. Cada uno debe tener el espacio para decir como entiende la Bilbia y de esa manera cada uno puede dar su aporte a una buena comprensión de la Palabra.
3. Parece algo paradójico, pero Calvino ha promocionado la secularización en Europa, porque Calvino reconoce la autonomía del mundo y valoriza mucho el trabajo humano en el mundo. Desde un punto de vista moderno eso es una contribución muy positiva a la cultura. Significa que podemos comprometernos con el mundo sin dudar, sin miedo. Nuestra vida se realiza en el mundo y la fe nos estimula para que nos dediquemos a él. El mundo para el cristiano no es una realidad ajena, sino que es creación de Dios. Nos sentimos en casa en él y nos ocupamos de él.
4. Repito el tema de la responsabilidad humana por el mundo, elemento tan grande en el pensamiento de Calvino. La ética es parte sustancial de la vida cristiana y de nuestra reflexión. Es otra lección de Calvino.
5. Para el Calvinismo la disciplina es parte sustancial de la ética. En este tiempo de un individualismo a veces extremo, especialmente en los paises occidentales, podría ser importante volver a subrayar la importancia de una vida disciplinada. Me refiero a una disciplina que una persona voluntaria y decididamente pueda aceptar para su propia vida, para enriquecerla y para poder ser algo para los demas. Creo que la disciplina puede superar al individualismo de nuestro tiempo.

Podríamos elaborar cada uno de estos puntos mucho más de lo que lo pude hacer en esta breve reflexión. Su relevancia para nuestra teología y para la educación cristiana actual es clara.

Dr. Enrique Vijver
Pastor de la Congregación Reformada de la ciudad de Oss, Holanda
10 de junio de 2009

El evangelio según san Borges


Por Omar Pérez Santiago

Letralia, núm. 144, 3 de julio de 2006, www.letralia.com/144/articulo03.htm

El 14 de junio de 2006, con motivo del vigésimo aniversario de la muerte de Jorge Luis Borges, el escritor chileno Omar Pérez Santiago pronunció esta conferencia en la Biblioteca Nacional de su país.

Me levanto muy temprano y voy al encuentro con Jorge Luis Borges. Participo de una reunión de trabajo de la OMS en Ginebra. Pero esta mañana de invierno salgo del Hotel Cornavin decidido a encontrarme con Jorge Luis Borges, el maestro.
La nieve le otorga una azulina claridad a esta ciudad, a esta hermosa ciudad. Cruzo el río Ródano y me introduzco en la ciudad vieja por Rue de la Sinagoga. Ingreso al Cimetière des Rois, el panteón de Ginebra. El cementerio es austero, a estos muertos les ofende el lujo y la apariencia. En la entrada hay una capilla y en la muralla, un mapa. Camino a la zona D y llego a la tumba 735. La piedra recubierta de hielo dice: Jorge Luis Borges. Debajo de un relieve de unos guerreros vikingos la frase “...and ne forhtedon nà”, “...no tener miedo”—, y, más abajo: (1899-1986).
No sé qué hacer.
Doy una vuelta alrededor de la piedra. Allí se lee la frase de la Völsunga Saga: “Hann tekur sverðið Gram og leggur í meðal þeirra bert”, “Él tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos”. Hay un grabado de una nave vikinga, y bajo ésta una tercera inscripción: “De Ulrica a Javier Otálora”.
De pronto, siento un aliento.
En este mismo cementerio, unos pasos más allá, están los restos de Juan Calvino. Me surge una intuición. Borges fue un calvinista. Su estética es calvinista. ¿Y su fe, cuál era la fe de Borges?
Borges llegó por primera vez a Ginebra el 24 de abril de 1914 y la ciudad tenía 130 mil habitantes. Hasta el 6 de junio de 1918 vivió aquí con sus padres, su hermana y su abuela materna —en la Vieille cité, en la actual Ferdinand Doler número 9, cerca de la iglesia ortodoxa rusa.
Entonces Borges tenía 15 años, la edad única de formación intelectual y de una fe. Borges no era feliz. “Yo era entonces un joven desdichado”.
Su padre lo envió a ver una puta en la calle Dufour. No pudo realizar el acto. Era joven y no era feliz. Su hermana Norah ha recordado que Borges estaba muy triste y volvía por las noches llorando a casa. Esta desdicha la convertiría Borges con el tiempo en una pose literaria:

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. (“El remordimiento”)

El joven desdichado hace el bachillerato en el Collège Calvin, un liceo inaugurado en 1559 por Juan Calvino. Borges entra a la clase del profesor H. de Ziegler, el segundo año lo hace con de Patois y el tercer año con Juvet. Son cuarenta alumnos, más de la mitad eran extranjeros. Varios de sus compañeros y amigos eran judíos.
¿Qué se podría haber estudiado allí en el Collège Calvin? Conjeturo: una fe.
Borges, el bilingüe, se hace multilingüe. Lee allí lo que muchos jóvenes aún hoy leen como primeras lecturas: los simbolistas franceses (Verlaine, Rimbaud, Mallarmé), la poesía de Walt Whitman (en una traducción alemana en un anuario expresionista) y la filosofía de Schopenhauer. Borges no puede sustraerse a la influencia de la revolución rusa del 17 y escribe sus poemas Los salmos rojos (“La trinchera que avanza / es en la estepa / un barco al abordaje / con gallardetes de hurras”).
Borges leyó la Biblia en la traducción de Lutero, que “contribuye a la belleza” y aprendió de Calvino su gusto por la sencillez. Obviamente, qué duda cabe, Borges aprendió en el liceo a parafrasear como su actual vecino, Calvino: corto, irónico, cortés, elusivo. El decoro de los calvinistas. Puntillistas. Calvino se dirigía a la gente culta. Su estilo de escritura es clásico. Razona sobre los sistemas, utiliza la lógica. Calvino amaba el retraimiento. Era breve.
Qué duda cabe, ¿verdad? Borges se educa en el recato de los calvinistas. Austeros. Les ofende el lujo y la apariencia. Calvino había roto con los santos, las devociones y las supersticiones. Calzaba bien con Borges, con su pudor, su sentido del ridículo y su dignidad.
Juan Calvino buscó encontrarse a sí mismo: “Casi toda la suma de nuestra sabiduría, que de veras se debe tener por verdadera y sólida sabiduría, consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre debe tener de Dios, y en el conocimiento que debe tener de sí mismo” (Institución de la Religión Cristiana, Libro primero).
Borges creyó lo mismo: “Le doy vueltas a una idea: la idea de que, a pesar de que la vida de un hombre se componga de miles y miles de momentos y días, esos muchos instantes y esos muchos días pueden ser reducidos a uno: el momento en que un hombre averigua quién es, cuando se ve cara a cara consigo mismo” (“Credo de poeta”, en Arte Poética).
Extraer de sí mismo a sí mismo. Un nacimiento interior. Una proyección de Dios. O del Espíritu. O del destino (que tal vez es lo mismo, diría el mismo Borges). La palabra —ha dicho el poeta— viene dada. Uno descubre su voz natural, su ritmo. Uno, finalmente, transmite un sueño. Sus historias deberían ser leídas como se leen las historias bíblicas, “como las fábulas de Teseo o Ahuasero”, al fin, como un evangelio no canónico.
Esta es la conclusión, que recibo esta mañana fría frente a su tumba: Borges era gnóstico, creía en el proceso intuitivo de conocerse a sí mismo. Los gnósticos —se había olvidado esto— son cristianos eruditos y carismáticos. En la época paleocristiana —entre los siglos I al IV— había tres corrientes del cristianismo, la cetrino-paulina, la judeocristiana y la gnóstica.
Los “evangelios gnósticos” —el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, el Apocrifón de Juan, el Evangelio de la Verdad, el Evangelio de los Egipcios, el Evangelio de Judas, el libro secreto de Jaime, el Apocalipsis de Pablo, la Carta de Pedro a Felipe y el Apocalipsis de Pedro— habían permanecido ignorados.
Existen muchos antecedentes en la obra de Borges de su relación con el gnosticismo. Y quizás una parte de esa influencia haya estado en Ginebra, donde había una fuerte corriente gnóstica y que, quizás por la influencia anarquista de su padre, haya tenido acceso.
En 1944 se publicó Ficciones de Borges. El libro incluía ocho cuentos ya reunidos antes en El jardín de senderos que se bifurcan (1941) y agregaba otros seis nuevos, bajo el encabezamiento Artificios.
En el cuento “La forma de la espada”, el protagonista narra la historia de una traición como si él fuera la víctima y no el traidor. En “El tema del traidor y la muerte”, el primero se convierte en el segundo, en una trueque de roles. En el cuento “Tres versiones de Judas”, el sueco Nils Runeberg, interpreta la naturaleza del sacrificio de Cristo. Su tercera conclusión es que Dios no se encarnó en Jesús cuando asumió la condición humana, sino que Dios totalmente se hizo hombre en Judas.
Años después, en 1975, Borges publica El libro de arena. Y su cuento “La secta de los Treinta” puede leerse como un adjunto de “Tres versiones de Judas”. Aquí habla sobre la voluntariedad del sacrificio de Jesús y de Judas. En la tragedia de la Cruz sólo hubo dos voluntarios: el Redentor y Judas.
Por otro lado y del mismo modo a Borges le preocupa la belleza. Calvino admiraba a los celtas por razones políticas, religiosas y estéticas. Borges aprendió de Calvino que las traducciones literales tenían exotismo, y por eso, belleza. Borges afirma que las bellas traducciones literales surgen con las traducciones de la Biblia. Principalmente, cita Borges la Biblia inglesa, la Biblia de su abuela protestante, donde él aprendió a leer.
Calvino admiraba a la literatura gaélica por la calidad estética de la traducción de la Biblia.
La literatura gaélica era un orden de los celtas. Viene del alfabeto ogham y tiene base rúnica.
La literatura gaélica está asociada a la religión culta y a la lectura de la Biblia.
Así Borges llegó a la idea germana: unos hombres sometidos a la lealtad, al valor y a una varonil sumisión al destino. Por esa vía, Borges se topó con la literatura escandinava, las runas y las sagas islandesas. Una runa era una manifestación divina. 46 años después, Borges, junto a la bella María Esther Vázquez, completaría su viaje cuando publica Literaturas germánicas medievales, y escribiría su popular sentencia: “De las literaturas germánicas medievales la más compleja y rica es incomparablemente la escandinava”.
Cuando su mujer, María Kodama, en sus últimos días aquí en Ginebra, le preguntó si le llamaba a un sacerdote, Borges contestó que le trajera dos: un católico y un protestante.
Antes de morir el poeta rezó el Padre Nuestro.
En Ginebra, el día 14 de junio de 1986, oficiaron los ritos funerarios de un gnóstico, un sacerdote católico, Pierre Jacquet y un pastor protestante, Edouard de Montmollin, que aclaró la importancia de la fe metodista de la abuela de Borges. El pastor leyó el primer capítulo del evangelio según San Juan. Leyó, como si fueran textos sagrados, como si fueran textos del Evangelio según Borges, la parábola “El palacio” y el poema “Los conjurados”, un homenaje a Ginebra, un homenaje a la tolerancia:

Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan
diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades.

En el funeral de Borges María Kodama estaba vestida de blanco, y las rosas, también blancas, sobre el féretro. Ese día de junio, en la Catedral de Saint Pierre, una iglesia gótica donde Calvino proclamó su fe cismática, fue velado el poeta. Desde la catedral por una sola callejuela en bajada se llega, por la rue de la Sinagoga, al Cimetière des Rois.
Este es el Panteón de Ginebra.
Aquí está Calvino.
Aquí está Borges.
Y aquí estoy yo, humildemente, en esta ciudad fría, fría y bella y de luz azulina, para rendir respeto al maestro.

El Vaticano destaca la figura de Juan Calvino


L´Osservatore Romano, órgano oficial de la Santa Sede, destacó el papel que tuvo el reformador protestante por encima del de Lutero

El diario vaticano L`Osservatore Romano resaltó hoy la figura de Juan Calvino (1509-1564), colocándola por encima de la de Lutero y señaló que el reformador protestante es "uno de los dos franceses que han dejado una huella duradera, visible y reconocida en la faz de la tierra".

El otro es Rousseau, precisó el vespertino de la Santa Sede en un comentario del historiador Alain Besancon con motivo del quinto aniversario del nacimiento del reformista francés.

"Sin Calvino la reforma luterana se habría quedado en una cuestión alemana y a la larga habría sido absorbida (por Roma)...Fue más bajo la forma calvinista que bajo la luterana que la Reforma avanzó en Polonia, Hungría, Francia, Holanda, Inglaterra, Escocia y EU", escribe Besancon.

Calvino, precisó el historiador, "era un cristiano que creía en la Iglesia una, santa, católica, aunque prefería decir universal y apostólica".

"Creía en la Trinidad, el pecado original, la salvación a través de Jesucristo y aunque no le gustaba que se rezase a la Madre de Dios, creía firmemente en su virginidad perpetua. Contrariamente de lo que se dice, creía en la presencia real (de Cristo en la Eucaristía), aunque no admitía la concepción católica de la transustanciación", agrega el vespertino, que añade que Calvino era un "luterano puro y sencillo".

Tras resaltar las diferencias de Calvino con Roma y con Lutero, Besancon afirma que Martin Lutero fue incapaz de fundar una verdadera iglesia, "ya que entregó la guía a los príncipes, al considerar que el príncipe cristiano podría ser el obispo natural".

Calvino, añadió, no compartía ese punto de vista y "fundó un sistema eclesial compenetrado en la sociedad civil y al mismo tiempo lo suficientemente independiente como para no ser influenciado.

Según Besancon, la organización calvinista "es una creación genial, capaz de adaptarse a las monarquías, a las repúblicas aristocráticas, a las repúblicas democráticas".

"Resiste de manera ágil a todos los cambios y a la revolución de la modernidad. Su superioridad histórica, es decir su eficacia, es patente, frente a al rigidez autoritaria del mundo luterano", precisa el historiador en el diario de la Santa Sede.

Entrevista a Isabelle Graesslé


ENTREVISTA: ISABELLE GRAESSLÉ Teóloga calvinista
"La Iglesia católica ha roto con la tradición de tolerancia"
RODRIGO CARRIZO COUTO - Ginebra - 08/06/2009

Isabelle Graesslé, autora de numerosos libros sobre Calvino y la reforma, ha sido la primera mujer en ocupar el puesto de moderadora de la Compañía de Pastores. Esta venerable institución, creada por el propio Calvino, ocupa un lugar central en Ginebra, ciudad conocida como "la Roma protestante".
"La virginidad de María para nosotros es irrelevante y anecdótica"
Pregunta. Juan Calvino es poco conocido por los lectores españoles. ¿Quién fue Calvino?
Respuesta. Fue un teólogo francés nacido en 1509 que perteneció a lo que podríamos definir como segunda generación de la reforma.

P. ¿Cómo explica usted lo que significó Juan Calvino?
R. Representa una vuelta a los valores fundamentales de la fe, basada en la lectura individual de la Biblia y en una profunda simplificación de la religión. A los 27 años, en 1536, publicó su obra capital, Institución de la religión cristiana. El libro fue un best seller entre los intelectuales de la época, aunque sólo el 1% de la población sabía leer.

P. ¿Cuáles son las principales diferencias entre la Iglesia católica y ustedes?
R. La diferencia fundamental es que no hay ningún intermediario entre Dios y el ser humano. La estructura de la Iglesia católica es piramidal, con el Papa en la cima, obispos, sacerdotes y el pueblo. Nosotros creemos que todos somos iguales, y funcionamos como una especie de asamblea. Nos parecemos bastante a una democracia parlamentaria.

P. ¿Y los sacramentos?
R. La Iglesia católica reconoce siete, nosotros sólo dos. Son el bautismo y la eucaristía. Para explicarlo simplemente, creemos que son los dos momentos capitales en la vida de Jesús: su comienzo y su fin.

P. ¿Qué hay de la virginidad de María?
R. Para nosotros es irrelevante y anecdótica. Ni la negamos ni la afirmamos. De hecho, según los evangelios griegos originales, María es definida como partenós, que quiere decir doncella o muchacha. ¡De eso no se deduce que fuera virgen!

P. ¿Qué hay de cierto en la relación entre el origen del capitalismo y la ética protestante?
R. Max Weber asocia el calvinismo al origen del capitalismo pues nosotros creemos que no "merecemos" la salvación, pero ello no justifica que nos quedemos de brazos cruzados. Hay una noción de esfuerzo y trabajo sumado a un agudo sentido de la responsabilidad que son muy propios del protestantismo. De hecho, Calvino puede ser considerado el padre de la economía moderna al permitir los préstamos, algo que hasta entonces sólo podían hacer los judíos.

P. ¿Podemos profundizar un poco en el pensamiento político de Calvino?
R. El elemento central es que cree firmemente en una separación estricta entre Iglesia y Estado. Un pensamiento muy moderno para su época.

P. ¿Cómo se llevan los protestantes con la Iglesia católica?
R. Son tiempos muy duros. Vivimos la edad de hielo del ecumenismo. En tiempos del Concilio Vaticano II y del papa Juan XXIII se vivió su edad de oro; pero la jerarquía actual, que ya estaba presente en tiempos de Juan Pablo II, ha roto de manera radical con esa tradición de tolerancia. No hay que olvidar que el papa Ratzinger era prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe en tiempos de Wojtyla.

P. ¿Necesita el islam una reforma?
R. Como representante de mi Iglesia no quiero ni puedo pronunciarme sobre otra religión. Pero como teóloga puedo decir que en el islam ha habido grandes reformadores y progresistas. El problema es que no fueron escuchados.

¿Cuánto sabemos de Calvino?

TRIVIA CALVINIANA

8 se considera una buena calificación.

¡A estudiar!

Respuestas: www.calvin500.com/fun/the-calvin-quiz/




1. El nombre original de Juan Calvino era:

a) Juan Calvino

b) Jean Calvin

c) Jon Calvin

d) Jean Cauvin

e) Juan C.



2. La primera obra que publicó Calvino fue:

a) Institución de la Religión Cristiana

b) Un comentario a De Clementia, de Séneca

c) De la oración: un ejercicio perpetuo de fe. Los beneficios diarios derivados de ella

d) Psychopannychia

e) Comentario a los Romanos


3. ¿En cuál de estas escuelas no estudió Calvino?

a) Collège de la Marche

b) Collège de Montaigu

c) Universidad de Bourges

d) Universidad de Orléans

e) Universidad de Notre Dame


4. La primera edición de la Institución de la Religión Cristiana fue publicada en:

a) 1536

b) 1586

c) 1521

d) 1501


5. Los Artículos sobre la organización de la iglesia y su culto en Ginebra (1537) de Calvino no contienen:

a) La forma y frecuencia de las celebraciones de la Santa Cena

b) La manera en que la congregación debía cantar en el culto

c) Razones y formas de excomunión

d) Requerimientos para la lectura pública de las Escrituras

e) Revisión de las leyes para El matrimonio


6. En 1537, para protestar por una orden del Consejo de Ginebra, ¿qué hizo Calvino durante el culto de Resurrección?

a) Predicó un sermón sobre Tito 3.1

b) Se negó a abrir la iglesia

c) No administró la Comunión

d) Se sentó quieto en la última banca


7. Después de abandonar Ginebra, Calvino se estableció en:

a) Boston

b) París

c) Estrasburgo

d) Zürich


8. El nombre de la esposa de Calvino fue:

a) Idelette

b) Elizabeth

c) Jane

d) Margarette


9. Calvino predicaba usando notas:

a) Cierto

b) Falso

10. ¿En qué año nació Calvino?

a) 1507

b) 1508

c) 1509

d) 1510

Adaptado de www.calvino500.com

martes, 7 de julio de 2009

Un espacio para compartir

Desde la Comunión de Iglesias de la Reforma en el Río de la Plata y la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas en América Latina, deseamos poner al servicio del pueblo evangélico y de personas interesadas en general, este espacio de reflexión, noticias, anécdotas, comentarios y opiniones en torno al Jubileo de Juan Calvino.
Estamos seguros que será de eneiquecimiento y bendición de quienes ingresen.