viernes, 10 de julio de 2009

Juan Calvino: Caricaturas y mitos


Leopoldo Cervantes-Ortiz
19 de junio, 2009

Ha pasado mucha agua debajo del puente. A 500 años del nacimiento del reformador francés Juan Calvino se han acumulado muchísimas interpretaciones de su vida y legado. Es reconocido de manera unánime como el continuador y consolidador del impulso refornista iniciado por Lutero en Alemania y Zwinglio en Suiza, y como el más notable integrante de una nueva generación de dirigentes religiosos que buscaban transformaciones de fondo en la Iglesia. Su labor en Ginebra, ciudad que llegó a ser el eje de la Reforma Protestante, sobre todo a causa de su labor bíblica, teológica y pastoral, ha sido objeto de los más inimaginables estudios, desde los más exaltados hasta las descalificaciones más agrias.
En círculos académicos y eclesiásticos, el nombre de Calvino se asocia a una serie de mitos, prejuicios y caricaturas que bien vale la pena describir y desmontar con el ánimo de superarlos y alcanzar una visión más equilibrada que supere los énfasis apologéticos y hagiográficos. El Rev. Peter Wyatt ha descrito algunos mitos cuya discusión puede servir para introducirse a los grandes temas con los que se relaciona la figura de Calvino y representan una parte de la enorme plataforma de incomprensión que se ha creado a su alrededor. Sin duda, podrían incluirse muchos más, pero en una visión panorámica pueden ayudar a atisbar el territorio que ha sido patrimonio de biógrafos, historiadores y teólogos.
El primero tiene que ver con la supuesta teocracia que Calvino estableció en Ginebra: luego de su primera estancia de dos años, permaneció el resto de su vida en la ciudad, pero no fue sino hasta muy avanzada la década de 1550 que obtuvo la ciudadanía. Su función esencial fue la de pastor y maestro de Biblia. El control político de Ginebra casi siempre estuvo en manos de sus opositores.
El segundo mito se refiere a que Calviono descreía radicalmente de la bondad humana. No obstante, filósofos como Wilhlem Dilthey han señalado que, aunque Calvino habló duramente del pecado humano, él mismo exaltó la dignidad y el destino de la humanidad como pocos. Al respecto, es muy útil una cita de Brian Gerrish: “La indignación de Calvino hacia la ingratitud del ser humano, y no su indignación hacia la humanidad, es lo que está detrás de su retórica del pecado y la depravación”. El siguiente mito afirma que el reformador fue “un partidario implacable de la disciplina”, algo que, evidentemente, podría aplicarse sin duda a su vida personal, pero no tanto en el ámbito de su trabajo comunitario, especialmente por lo que adevierte Wyatt: que las reuniones semanales de Calvino y con su equipo pastoral buscaban más la comprensión y la restauración que la administración de castigos. Pero incluso Karl Barth, uno de los comentaristas más lúcidos de la obra del reformador, llegó a decir, no sin una nota de humor, que él no hubiera deseado vivir en la “santa ciudad” de Calvino, a causa de la disciplina administrada.
El siguiente mito, estrechamente ligado al anterior, consiste en afirmar que Calvino estaba obsesionado con la moralidad personal, un asunto que, ciertamente, le causó grandes problemas, pues la hija de su esposa y una cuñada incurrieron en adulterio, situación que lo avergonzó profundamente. Calvino insistió, más bien, en las exigencias éticas del Reino de Dios, pues creía que éstas responden a la manera en que la sociedad se encamina a una transformación concreta en términos del bienestar común. Podría decirse, de manera más actual, que a Calvino le preocupaban más los “pecados estructurales” que las simples faltas individuales. En este sentido, el objetivo teológico fundamental es “rendir toda la gloria a Dios” en todas las áreas de la vida, así como el reconocimiento de la creación entera como el escenario natural para la manifestación de la magnificencia divina, incluso como lo manejan hoy los grupos enfrascados en la lucha ecologista.
La imagen de Calvino como promotor o adalid de la auto-negación es otro mito fuertemente arraigado, pues expresiones tales como “mortificar la carne” o “llevar la cruz” pasan hoy por el filtro de la reivindicación de la dignidad humana. Pues en ese rumbo iban las ideas calvinianas acerca de la auto-negación, encaminadas a generar ayuda para los más desfavorecidos. Como comenta Wyatt: “Al promover una ética de la auto-negación, Calvino llamaba a los que eran relativamente ricos a dar algo de su sustento para el beneficio de otros”. La base de esta propuesta era una consecuencia de la fe en la imagen de Dios en los seres humanos, razón de ser de la preocupación por el prójimo. Algunos analistas han visto en estas ideas el germen de una auténtica teología liberadora.
“Calvino, padre del capitalismo”: quizá sea éste el mito más extendido en el campo de las ciencias sociales y el que más antipatías genera, sobre todo porque en estos tiempos hiper-globalizados este sistema económico ha quedado casi huérfano y nadie desea asumir su paternidad. Calvino, ya sin poder defenderse, sería una especie de “villano favorito”. Se le acusa, principalmente, de permitir los préstamos con interés, algo que cierta crítica católica al parecer nunca le perdonará. Lo cierto es que las claras conexiones de la espiritualidad reformada con las bases mismas de la modernidad hicieron que dicha fe apareciera como uno de los factores que permitieron el desarrollo del llamado “espíritu capitalista”, particularmente en su versión inglesa y estadunidense. El promotor más notable de esta interpretación de la historia económica fue Max Weber, uno de los fundadores de la sociología, gracias a su conocidísima obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Lo que debería saberse mejor es que Weber no analizó directamente el pensamiento calviniano, sino que trabajó, sobre todo, las derivaciones inglesa (la Confesión de fe de Westminster) y estadunidense (las ideas de Benjamin Franklin, entre otros). Afortunadamente, el profesor mexicano Francisco Gil Villegas hizo una edición crítica del libro de Weber, en la cual hace las necesarias distinciones y explica cuidadosamente la relación entre la fe puritana en la predestinación y la “traducción económica” de esa variante teológica calvinista. En esta línea de pensamiento, muchos creyentes de la tradición anglosajona han visto el bienestar económico como una manera de comprobar que habían sido elegidos por Dios para salvación, lo que constituye el séptimo mito, esto es, una comprensión del trabajo que también ha sido vista como un efecto pernicioso de las ideas calvinianas. La prosperidad económica debe ser vista, mejor, como resultado del esfuerzo que una persona realiza en su búsqueda libre y gozosa por servir de la mejor forma al extendimiento del Reino de Dios. Su acción, dice Wyatt, acontece como “una respuesta agradecida a la gracioa inquebrantable de Dios”.
Simpático o no, pues como ha dicho con mucho humor la pastora y teóloga francesa Isabelle Graesslé, directora del Museo Internacional de la Reforma, en una entrevista, a veces ni siquiera para los propios calvinistas es una figura muy atrayente, Calvino sigue causando controversias medio siglo después de su nacimiento. La tradición teológica que sigue sus pasos insiste, en plena celebración, que el impacto del reformador rebasa, con mucho el mero espectro eclesiástico y que sus huellas pueden percibirse en muchos ámbitos de la existencia social, política y cultural. Hay mucho por analizar todavía.

1 comentario:

  1. En la conversación con un amigo pentecostal sobre el calvinismo, lo primero que salió a relucir es la discusión y crítica a ciertos mitos detallados en esta nota. Luego prosiguió mi amigo reconociendo que en sus estudios teologicos estaba utilizando libros de doctrina calvinista. Que interesante, no?

    ResponderEliminar